Un aspecto sustantivo del desarrollo competitivo de la industria alimentaria nacional ha estado dado por la capacidad que ha tenido el sector de ir progresando en la agregación de valor a los productos. Así hace tan solo un par de décadas, el impulso exportador de los TLC con EU, EEUU y otros permitió colocar en mercados internacionales una oferta alimentaria, si bien caracterizada por su calidad e inocuidad, compuesta esencialmente de commodities tales como fruta fresca, vinos a granel y harina de pescado. El aprovechamiento de nuestras ventajas comparativas fito zoosanitarias, geográficas, de contrastaciones y de costos, permitieron hacerse de un espacio en los competitivos mercados del mundo desarrollado. Posteriormente el desarrollo continuo de ventajas competitivas como la estabilidad institucional, la capacidad empresarial, la calidad técnico profesional, y un marco de políticas y de alianzas público privadas, permitió la construcción de prestigio y confianzas, capitalizándose en una profundización de nuestra inserción internacional.
Con todo, hoy la oferta exportadora nacional se compone de una canasta de más de 1.500 tipos de productos y nos encontramos entre los 10 principales exportadores del mundo en una cincuentena de ellos. Los vinos a granel han dado paso a los de alta gama, la industria del salmón ha desplazado a la de la harina de pescado y los productos de la acuicultura han ido progresando sustantivamente en una oferta de mayor valor. Con la fruta ha ocurrido algo similar y si bien la fruta fresca sigue siendo un pilar fundamental de nuestras exportaciones, estas ya no son los commodites de los noventa, existiendo un alto grado de sofisticación en los procesos agronómicos, de almacenamiento, embalaje y de logística, que han agregado progresivamente valor. Por otra parte son cada vez mayores los envíos de frutas y hortalizas procesadas, conservas, jugos, deshidratados y comienza a observarse una tendencia a la exportación de platos preparados, porcionados, mínimamente procesados, gourmet y otros diferenciados por tres atributos fundamentales: sanidad, inocuidad y calidad.
El exitoso camino recorrido por esta industria en los últimos 20 años ha sido posible gracias a un enorme progreso científico y tecnológico que nos ha permitido pasar del aprovechamiento de ventajas comparativas a una dinámica de ventajas competitivas, en donde la I+D+i desarrollada por las universidades y centros tecnológicos chilenos ha ido jugando un rol creciente en importancia. Si hace algunas décadas las soluciones tecnológicas y de innovación eran cubiertas con la importación, hoy es cada vez más necesario que éstas surjan localmente. La especificidad de la industria, el nivel de competencia, la velocidad de las trasformaciones y las dinámicas de los mercados han sido un factor determinante de este cambio.
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